- Guerra Israel aprueba el alto el fuego con Hizbulá en el Líbano
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Beirut despertó este miércoles con el repiqueteo atronador de las ametralladoras. Por primera vez en más de 400 días, las ráfagas no eran un signo de posibles ataques de la aviación israelí -así solían alertar los militantes de Hizbulá a la población capitalina cuando se aproximaban los asaltos aéreos-, sino una demostración de júbilo por el alto el fuego en la guerra con Israel.
El cese de los combates entró en vigor a las 4:00 de la madrugada. Dos horas después, cientos de seguidores del Partido de Dios comenzaban a concentrarse en los barrios del sur de Beirut -conocidos como Dahiyeh y donde se encontraba el cuartel general de la formación que lideró Hassan Nasrala-, para celebrar lo que ellos consideran como una "victoria".
A las 7:00 de la mañana, largas caravanas de jóvenes en motocicletas y vehículos, portando las banderas amarillas de la formación, recorrían los suburbios lanzando loas al difunto ex secretario general de Hizbulá. Varios altavoces, colocados de manera presurosa en las avenidas, atronaban el arrabal con una melodía que todos recordaban.
"¡Tu victoria hizo temblar el suelo! ¡Tu gente nunca se rindió!", proclamaba la canción, que ya fue el himno de esta formación tras la guerra del 2006. "¡Siempre estaremos a tu lado!", clamaban a coro decenas de chavales a la entrada de la avenida Hadi Nasrala, el hijo del ex dirigente de Hizbulá, abatido en 1997.
El entorno, sin embargo, ponía en cuestión el propio significado de ese hipotético "triunfo". Israel intensificó los bombardeos en las horas previas a la interrupción de la contienda, añadiendo más ruinas a las muchas que ya se prodigaban en Dahiyeh. Gran parte del arrabal es ahora una acumulación de despojos.
"Hemos frenado la invasión israelí en el sur. ¡Esa es nuestra victoria!", manifestó Ahmed Khatem frente a dos grandes bloques de apartamentos aplastados.
La primera jornada de tregua reprodujo a la inversa el éxodo masivo de población que se registró al inicio de la última arremetida israelí, en septiembre pasado. Una vez más, la carretera que une Beirut con el sur del país se convirtió en un interminable atasco, especialmente al aproximarse a la ciudad de Sidón.
Miles y miles de vehículos, muchos de ellos cargados con colchones y enseres en el capó, crearon una cola kilométrica. El propio presidente del parlamento, Nabih Berry, pidió a la población sureña que regresara a sus aldeas, a las cuales ensalzó llamándolas "el legado de los mártires".
"Aunque tengáis que vivir sobre los escombros, volved a vuestras tierras, que la 'Resistencia' [el sobrenombre de los grupos opuestos a Israel] ha convertido en brasas que no se pueden pisar", añadió el dirigente chií.
Pese a que algunos grupos de vecinos de Nabatiyeh -una de las ciudades más significadas del sur del país- recibían a los recién llegados con carteles con el rostro de Nasrala y se abrazaban alborozados, la mayoría intentaba asimilar la vasta destrucción que se podía apreciar en todo el área.
Hussein Yahia, que pretendía visitar su residencia en Nabatiye, no podía ocultar la inmensa impresión que le generó el desolador espectáculo. "Pero, ¿qué puta mierda es esto? No ha quedado nada", comentó en su fluido castellano.
La magnitud de los daños en el sur del país se vincula a la confesión mayoritaria de los habitantes de cada población. En las aldeas dominadas por cruces y estatuas de la virgen como Rayhan y Jarmaq -justo antes de llegar a Nabatiyeh-, casi no existen signos de violencia.
Todo lo contrario que en Kfar Roummane, el municipio que antecede a Nabatiyeh, que marca el inicio de la región chií y, con ello, de la devastación más absoluta. En una de sus calles podían verse los restos de un camión, de los que habitualmente usa Hizbulá para lanzar misiles de largo alcance. Todas las viviendas del entorno habían corrido la misma suerte y se habían convertido en montañas de cascajos.
El centro histórico y comercial de Nabatiyeh ha dejado de existir. Ahora es una hilera de edificios transformados en pura ruina. Cientos de negocios están carbonizados o directamente aplastados a lo largo de la emblemática calle Mahmoud Fakih.
La aviación israelí se cebó con el mercado de la era otomana de Nabatiyeh el pasado 12 de octubre, quemando gran parte de ese entorno. Cuatro jornadas más tarde, bombardearon la municipalidad, matando al alcalde y a varios concejales.
Lo mismo ocurrió con amplios sectores de la vecina Nabatiyeh Fawqa. Todo es una sucesión de viviendas desmoronadas o calcinadas, coches quemados y desolación. Hay calles donde los árboles arrancados por la metralla y los postes de luz han bloqueado el asfalto. Otras donde los vehículos han terminado empotrados en las viviendas. Las cajas de comida y botellas de líquidos de varios supermercados permanecían arrumbadas en el suelo.
Tres libaneses, que parecían hacer honor a la resiliencia que caracteriza a esta población, se habían instalado sobre los escombros de lo que antes fue una crepería y tras colocar unas sillas, disfrutaban de una pipa de agua.
"Puedes correr, pero no podrás esconderte", afirmaba en inglés, el cartel de un negocio destruido. Su dueño nunca debió imaginar el singular significado que iba a adquirir en este conflicto.
El principal hospital de Nabatiyeh, que lleva el nombre de Nabih Berry, se encontraba casi desierto. Los accesos también están llenos de montañas de ladrillos, que antaño fueron viviendas. Doctores y pacientes habían aprovechado la ausencia de bombardeos para salir del complejo por primera vez en dos meses. Al final ya sólo quedaban 18 médicos, de los 175 que solían trabajar en el centro antes de la guerra.
"Ha sido terrible. Hemos recibido más de 1.200 muertos y heridos. Hay familias que han desaparecido por completo. Exterminadas", precisó el director del centro, Hassan Wazani.
"Hemos estado durmiendo en las oficinas. Era demasiado peligroso salir del hospital", apostilló.
Ahmad Ezreiq, otro facultativo de 25 años, recordó que el peor instante fueron los tres primeros días de la ofensiva, a finales de septiembre. "El primer día era lunes y me tocaba volver a casa después de la guardia del fin de semana. Pero comenzaron a caer misiles y el hospital se llenó de heridos. Había gente tirada por los pasillos. Otros sentados en sillas. Estuvimos operando a gente que llegaba con las manos o las piernas amputadas. Con los ojos reventados", relató.
Ese mismo escenario, pavoroso, se repitió durante las siguientes 48 horas. "Los cadáveres se acumulaban en la morgue. El olor era nauseabundo. Se me ha quedado grabada la imagen de una niña de menos de 10 años. Llegó sin pulso. Su padre gritaba: '¡Ayuda a mi hija! ¡Ayuda a mi hija!' Intentamos reanimarla, tumbada en el suelo. Pero estaba muerta", agregó.
Los últimos bombardeos sacudieron Nabatiyeh en la noche del martes al miércoles. Esas bombas fueron las que arrasaron el domicilio de Habib Abdin, de 60 años. Al costado se encuentra el principal cementerio de la metrópoli. Tampoco fue respetado. Decenas de tumbas han quedado reventadas por varios impactos de misiles. Nadie entiende la razón de ese ataque.
"¿Por qué querrías bombardear un cementerio? ¿Qué culpa tienen los muertos?", se preguntó Ahmad Ezreiq.
"Eso es el terrorismo", le secundó Habib Abdin.
Siguiendo la ruta hacia la frontera israelí, en la entrada de Kfar Tebnin, los militantes de Hizbulá y Amal -el partido del citado Nabih Berry- hacían el signo de la victoria sobre una camioneta equipada con una lanzadera de cohetes. Alrededor se sucedían las viviendas arrasadas.
La foresta que solía cubrir los desfiladeros que separan la región de Nabatiyeh del área al sur del río Litani ha sido asolada por los incendios provocados por los bombardeos israelíes. La localidad de Deir Mimas, situada justo al otro lado del río que marca la zona fronteriza con el estado vecino, fue el punto más al norte del territorio libanés al que logró avanzar el ejército israelí. La ladera de la montaña todavía muestra el trazo de las orugas de los blindados que la atravesaron.
Poco después del mediodía, tropas del ejército libanés comenzaban a desplegarse por esa ruta, impidiendo el paso hacia las aldeas todavía bajo el control de los uniformados de Tel Aviv.
"No se puede pasar hacia Kfar Kila [un villorrio ubicado justo en la linde divisoria]. Los israelíes siguen allí", explicó una pareja de soldados.
A pocos metros, los cascos azules se encontraban enfrascados en reparar algunos socavones en la carretera, resultado de los recientes combates.
Las fuerzas armadas libanesas anunciaron el envío inmediato de tropas y vehículos blindados al sur del Litani para cumplir así una de las exigencias contempladas en el alto el fuego. Una larga columna de transportes acorazados se dirigía a media tarde hacia esa zona.
Las tropas de Tel Aviv dispararon varios obuses y ráfagas de ametralladoras contra los libaneses que se aproximaban precisamente a lugares como Kfar Kila o Khiam, para dejar claro que esa zona limítrofe todavía sigue ocupada. Dos periodistas locales resultaron heridos en Khiam por la munición israelí.
Los nativos de Kfar Kila, entre los que se cuenta Hussein Yahia, recibieron un mensaje del alcalde de la misma, Hassan Sheet, en el que se les advertía sobre el peligro de intentar acercarse a ella. "Los israelíes han disparado contra uno de los coches de los socorristas. Está a salvo, pero no vayáis hacia Kfar Kila", se le escuchaba decir en la grabación.
A finales de octubre, una investigación de la agencia Reuters -que utilizó imágenes de satélites- confirmó que el ejército israelí ha arrasado al menos 14 de las aldeas más cercanas a la linde divisoria. Otra indagatoria similar de AP confirmó este extremo y demostró que los militares de Tel Aviv han volado de forma sistemática, cientos de viviendas en esos pueblos, lo que ha llevado a algunos expertos a alertar sobre la posible intención de crear una zona casi inhabitada en esos enclaves.
Hasta un arquitecto como Rahif Fayyad, la mente pensante que diseñó para Hizbulá el proyecto de reconstrucción de Beirut tras la guerra del 2006, reconocía este miércoles en un diario afín al Partido de Dios que el desafío que enfrenta esta formación mucho más amplio que el de hace 18 años. "Todo el país ha sido demolido, desde el sur a la Bekaa o Beirut", escribió.
Encaramado al muro derrumbado de lo que fue su vivienda en la ciudad sureña de Nabatiyeh Fawqa, Hussein Yahia, no parecía compartir las proclamas triunfalistas de Hizbulá.
"¿Qué victoria es esta? ¡No tenemos casa, ni trabajo, no tenemos nada!", aseguró a punto de llorar mientras visitaba por primera vez en semanas lo que había sido su residencia
En agosto del 2006, pocas jornadas después de que Israel y Hizbulá pusieran fin a en enésimo conflicto bélico, el propio Hasan Nasrala se excusó ante los libaneses en un discurso en el que afirmó que, si hubiese previsto que la captura de dos soldados israelíes iba a provocar una confrontación de esa magnitud, no hubiese dado la orden para iniciar aquella operación. Esta vez, ni siquiera podrá pedir perdón.